Gladiadores: A 20 años de la rebelión zapatista

Fragmento de la nota "Una flor en el pantano", publicada en Sudestada de Colección N° 3 "América Rebelde"

Por Martín Azcurra 


Hombres que son capaces de volar bajo el suelo,
para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles,
con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo
gladiadores, temibles.
Miguel Hernández

1910. El sendero estaba marcado por una huella de sangre. Fue aquella una revolución desde el alma y desde la tierra. Hasta los caballos estaban dispuestos a dar la vida por ella. Y en medio del fuego de la noche, apareció Zapata, único líder capaz de apreciar la integridad moral del campesino, único guerrero capaz de canalizar la magia de los caminos y los montes. La historia cuenta que en cada repliegue, Zapata abría un portal en la selva y se transformaba en fantasma. El portal era el pueblo mismo, que lo cobijaba y lo guarecía. Por eso, cuando murió, siguió viviendo.

1983. Un grupo de zapatistas, herencia de aquellos guerreros del sur, resguardaban el secreto del portal para una lucha que no podía cometer los mismos errores: ni confiar en los políticos burgueses, ni despreciar el apoyo de otros sectores sociales. Ni aislarse ni regalarse. Su mejor arma fue un fantasma sin identidad, que entraba y salía del portal con un mensaje paradigmático, que empuñaba la palabra y el silencio, y que ponía todo su empeño en el terreno más favorable de la lucha revolucionaria, ni la selva ni el monte, sino la conciencia de los pobladores. Esta era su lucha, que los caballos creyeran en su revolución.

2001. Los 23 comandantes zapatistas se acercaban lenta¬mente al centro del poder de México, el inmenso espacio conocido como Zócalo, en otras épocas el centro ceremonial de Tenochtitlan, la capital del Imperio Azteca. Bajo sus pasamontañas escondían la indignación de un acuerdo incumplido, una promesa rota por un gobierno abiertamente represor.
Gloria Muñoz Ramírez, escritora, acudió al llamado de los zapatistas, conmovida por su humildad y dignidad amenazada. Cuando llegó al Zócalo, no lo podía creer. Un millón de personas esperaban la voz de unos pequeños indígenas con la cara tapada. La espera aceleraba los corazones. Una palabra sobrevolaba la multitud. Ahí estaba la juventud descreída de la política tradicional, esperanzada en el camino de regreso a una revolución interrumpida. Las madres también estaban ahí, dolidas por el crecimiento de los carteles que, aprovechando el vacío de sueños y oportunidades, les arrebataban la vida a sus hijos. Ese día todos los libros de la academia no alcanzaban para explicar el poder oculto de la esperanza. Gloria miró hacia adelante y alcanzó a ver al primero de ellos subiendo al estrado. “Dinos qué hacer“, se preguntó en voz baja. Pero la respuesta fue decepcionante: “México –dijo el zapatista– no vinimos a guiarte a ningún lado, venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes“.

Herederos. El camino trazado por los pueblos originarios de México, durante varios cientos de años, es una apuesta teórica para los estrategas de la liberación social, sobre todo para aquellos cuyo pensamiento está incapacitado de traspasar los bordes rectangulares de la cultura occidental. Las conjeturas que surgieron de la relación entre conciencia y revolución no pudieron abarcar la complejidad con que se expresó en México durante las sucesivas luchas agrarias. ¿Cómo se generaron las revueltas? ¿Cómo se convirtieron en procesos revolucionarios? La historia no puede atraparse en cajas de vidrio ni estudiarse desde afuera. Como lo señaló Adolfo Gilly en una entrevista con Sudestada, “la genealogía de las rebeliones no reside en las personas o las ideas de los dirigentes, por importante que esas sean, sino en la experiencia material de cada pueblo acumulada por generaciones sucesivas (…). Los partidos de izquierda institucional –o institucionalizados– han querido siempre borrar estas genealogías rebeldes. Es imposible. Los trabajadores, en sus modos de ser, de hacer y de pensar la organización y la lucha, las han heredado, preservado y enriquecido, incluso todos aquellos que nunca oyeron o leyeron acerca de esos ancestros. Por caminos más cotidianos se recibe ese saber. La revolución mexicana de independencia de 1810, encabezada por los curas Hidalgo y Morelos, fue una gran insurrección agraria e indígena. La revolución mexicana de 1910 también lo fue, con los contenidos y las formas organizativas de su época. Todo movimiento revolucionario mexicano auténtico –y el EZLN es uno de ellos– es heredero de esa doble genealogía“.
¿Cómo detener el paso obstinado del fantasma de Zapata, que continúa cabalgando por senderos de montaña, por voces silenciosas, grietas de la tierra, rostros templados y comisuras de labios? La lucha sigue, aunque a veces no podamos verla, de maneras no convencionales. Palabras que no son. Hechos que enseñan más que mil libros de filosofía política. Escenarios concebidos en múltiples realidades. Siglos encerrados en un día. La selva. Los muertos. La pobreza. La lluvia cuando limpia. Los paramilitares que roban almas para sus santuarios. El alcohol que ensucia las palabras. Y el fusil.

La zorra y las uvas. En el Encuentro “Ni el centro ni la periferia“, a fines de 2007, antes de desaparecer por varios años, Marcos combatió cierta tendencia a la dispersión de sus propios seguidores, donde dejó en claro su base marxista y el carácter necesariamente ofensivo de los revolucionarios, contrario a los planteos del posmodernismo que se calza el pasamontañas. “Para nosotros, nosotras las zapatistas, el problema teórico es un problema práctico. No se trata de promover el pragmatismo o de volver a los orígenes del empirismo, sino de señalar claramente que las teorías no sólo no deben aislarse de la realidad, sino deben buscar en ella los mazos que a veces son necesarios cuando se encuentra un callejón sin salida conceptual. Las teorías redondas, completas, acabadas, coherentes, están bien para presentar examen profesional o para ganar premios, pero suelen hacerse añicos con el primer ventarrón de la realidad“, esclareció Marcos alguna vez.
Y fue, justamente, en aquella época de teorías redondas, que un periodista de La Vaca consultó a James Petras sobre el planteo zapatista de no tomar el poder, quien, azorado, le respondió: “No, no, es una mala lectura. Los zapatistas tenían el proyecto inicial de marchar a la ciudad de México y conquistar el poder. Había una coordinadora de 30 organizaciones armadas en el resto del país, que continuaban debatiendo el momento, las condiciones… y al final los zapatistas decidieron arrancar el motor tomando la iniciativa. Lo que pasa es que los otros grupos no los acompañaron. La marcha a México no funcionó. Además, el programa original era antiimperialista, contra el Nafta, y abiertamente declarado socialista: poder, capital, socialismo. Cuando coparon dos ciudades el ejército entró en combate y los zapatistas tuvieron que retroceder y quedarse en un cerco. En ese espacio geográfico limitado, algunas comunidades indígenas los apoyaron. Marcos convocó a dos conferencias nacionales para ver si podía montar una organización política para todo el país. Hubo participación muy entusiasta de hippies, feministas, homosexuales, algún sindicalista. No tenía bases sólidas para montar un frente nacional. Entonces se queda con el frente zapatista, un grupo de presión y de propaganda, pero nada más. Frente al cerco y frente al fracaso de no haber podido montar una organización, Marcos empieza a cambiar su discurso y a adaptarlo a la nueva realidad: ahora dice que no van a conquistar el poder. Entonces hablamos de los ‘procesos limitados’, convirtiendo el defecto en virtud, y elaborando teorías sobre las limitaciones. Los extranjeros teóricos pequeñoburgueses extrapolaron todo de su contexto y montaron toda esta teoría del no poder. Pero los zapatistas tienen armas para defender lo poco que les queda. Es poder. El fusil es poder. Si no quieren el poder, ¿por qué no desarmarse, o dejar que el ejército entre? No tiene ninguna lógica (…) Lo del zapatismo es como el cuento de la zorra y las uvas. Como no las podía alcanzar, decía que las uvas eran amargas“.

La lucha no acaba hasta que se acaba. En la guerra, el acto se transforma en mito por intermedio de la palabra, como la historia del señor Ik’, gladiador zapatista, abridor de portales. Cuenta Marcos:
“Hugo, tzeltal de sangre y mexicano por derecho e historia, fue de la primera generación de responsables políticos del EZLN. Fue de los primeros fundadores de lo que ahora se conoce como Comité Clandestino Revolucionario Indígena y formó a toda una generación de nuestros jefes: Raúl, Juan, Gabino, Gustavo, Ramón, Simón, Fernando, Maxo y otros, ahora miembros del CCRI, aprendieron de Hugo el modo de organizar y dirigir los preparativos de guerra. Hugo, nombre de guerra de este príncipe tzetzal, en porte y nobleza, escogió el apelativo de señor Ik’ (“señor negro“) para identificarse en las comunicaciones... Con el cargo de jefe del CCRI-Tzeltal y miembro del CCRI-Comandancia General del EZLN, el Señor Ik’ marchó al frente de una parte de las tropas que tomaron la cabecera municipal de Ocosingo el 1º de enero del 94. Cuando, el 2 de enero, los federales atacaron la plaza, el señor Ik’ permaneció combatiendo para proteger la retirada de sus compañeros. En la confusión del repliegue de las últimas tropas, el señor Ik’ quedó en la lista de desaparecidos. Llegaron, después, distintas versiones: que lo vieron peleando todavía el 4 en el rumbo del IMSS-Coplamar, que el 3 ya lo habían visto muerto, con un arma enemiga en la mano y frente a un federal muerto, que estaba vivo y preso, que se había escapado. Nunca supimos si su cuerpo está en una de las fosas comunes clandestinas que los federales hicieron para esconder su brutalidad y su falta de honor militar. O si, como ahora se dice en las montañas, el señor Ik no murió, sino que vive como una luz que aparece, de tanto en tanto, por entre cerros y cañadas, con el sombrero y el caballo de Zapata. Como el dios negro del cuento del viejo Antonio, el señor Ik’, con su muerte, dio luz y calor a estas tierras, y vida a la lucha que renace a pesar de todo. El 10 de abril de 1994, al compás del himno zapatista que se entonaba en la ceremonia militar, la mujer del señor Ik’, que aún lo espera (como todos nosotros) parió un niño. Cosas de estas tierras, de estos mares...“ (Antonio García de León y Carlos Monsiváis, EZLN: documentos y comunicados, 1995).
Los mitos generan conciencia, esa especie de garantía revolucionaria que hace perdurar las luchas, entre batalla y batalla, entre derrota y derrota, entre el grito y el silencio.

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