Hostigamiento e impunidad *


por Nadia Fink

El domingo 17 de noviembre David Olivera y Luciano Aboyo murieron producto de una persecución policial. Ayer amigos y familiares marcharon a la comisaría 8va de Lanús para que el caso se esclarezca y se juzgue a los policías involucrados. El historial trágico de la institución.



David y Luciano tenían 15 años. Eran tío y sobrino respectivamente. El sábado 16 de noviembre a la madrugada salieron de su casa, en el barrio conocido como Las Torres, en Monte Chingolo (Lanús Este), y se subieron a una moto prestada. Algo de cualquier sábado, una complicidad que los acercaba en edad y los alejaba de parentescos. Entonces, un patrullero empezó a perseguirlos: hostigando, con las sirenas y luces apagadas. Lo que cualquier pibe del barrio podía saber es que eso no era nada bueno: las denuncias de amenazas, robos de celulares y otras formas de abuso de poder son comunes por parte de la policía.
Por eso huyeron, rápido, con el patrullero detrás, perseguidos durante más de 40 cuadras. Ya en la zona de Wilde, en la esquina de Cangallo y Méndez una camioneta Ford Ranger que iba a más de 90 km los atropelló.
David Olivera murió en el acto. Luciano Aboyo estuvo agonizando casi tres horas sin que los policías hicieran algo para atenderlo: la familia comentó a Marcha que en principio los efectivos quisieron huir pero que los vecinos y testigos los retuvieron; también que los policías los revisaron y que, a pesar de que no tenían armas ni drogas, no los asistieron. Que no tenían guantes, que no podían cargarlo en el móvil y debían esperar a una ambulancia. Con todas esas excusas no los llevaron a la Unidad de Pronta Atención N° 2 de Wilde, que quedaba sólo a unas cuadras. El desprecio por los pibes se materializa a cada instante por las fuerzas de seguridad. Ante la falta de asistencia, finalmente Luciano falleció ante las miradas perplejas de los vecinos que fueron testigos. También, cuentan que la camioneta que los atropelló pertenece al conocido dueño de varios prostíbulos de la zona que funcionan con la connivencia policial, que no fue demorado ni prestó declaración y que, claro está, no cumple con ningún cargo por la responsabilidad en el hecho.

Mientras tanto, la familia vivía su propia incertidumbre. Durante la madrugada y hasta el domingo pasado el mediodía fueron al menos 5 veces a la comisaría 8va de Lanús a reclamar por los chicos. Siempre contestaron con evasivas, a pesar de que el patrullero había partido desde esa Comisaría persiguiendo a los pibes. Después de la una les dijeron que había habido un choque en Wilde y que fueran a ver si eran sus chicos.

Ramón Olivera, Moncho, es el padre de David y abuelo de Luciano. Su voz denota una tristeza nueva y un cansancio infinito. Repite una y otra vez que los pibes eran buenos y que huyeron porque "estaban asustados". Como si tratara de limpiarlos con sus palabras de todo el estigma que les tiraron encima los policías. "Una amenaza más, un pibe más que nos matan en el barrio y esto va a explotar", dice. Y no es una amenaza. Es la realidad que se vive en Monte Chingolo y en cualquier barrio del país. Es el cansancio de saber la impunidad que porta la institución policial: el 17 de noviembre en Lanús; ayer en Córdoba, cómplice de los saqueos, tratando de recuperar su "prestigio" tras el narcoescándalo que las tuvo (y tiene) como protagonistas; o en Neuquén donde el sábado pasado fue asesinado Gabriel Gutiérrez, testigo del asesinato de Braian Hernández por parte del comisario Claudio Salas.

Sin embargo, además del dolor cotidiano los familiares debieron enfrentarse a constantes amenazas y persecuciones: un pariente de los chicos fue perseguido por un "Peugeot 306 con vidrios polarizados" que intentó atropellarlo varias veces mientras trabajaba en su moto repartiendo pizzas; un hijo de Moncho fue abordado por tres policías que lo amenazaron, cuando iba a cargar nafta a una estación de servicios cercana. "No les alcanzó con lo que hicieron", se lamenta Ramón.

Y se toma un tiempo para hablar de sus pibes: David era el menor de sus diez hijos y hace un tiempo que su nieto Luciano estaba viviendo ahí con ellos. Y lo recuerda a David en su rutina: "Iba al colegio, volvía, se dormía una siesta y a las 7 se iba a repartir pizza. Y guardaba la platita, ya le había devuelto a la madrina las zapatillas que le había comprado". Con 53 años, a Ramón el laburo se le hace esquivo: compró un carrito de choripanes que en este momento está en su casa porque la venta callejera está difícil con el hostigamiento policial. "No te dejan trabajar, no te dejan hacer las cosas bien", repite y bufa.

El jefe de calle, a cargo ese día, se apellida Balmaceda y es conocido como "Cara cortada", además de por ser el más violento de la seccional. Si bien fue apartado de su cargo en la Comisaría 8va., los familiares afirman que merodea el barrio a diario. El apellido del policía es tristemente famoso en la zona sur: su padre es el exsuboficial de la Bonaerense, Juan Ramón Balmaceda, uno de los responsables de la que fue conocida como la masacre de Ingeniero Budge, en la que tres jóvenes fueron acribillados a balazos en una esquina del partido de Lomas de Zamora. Dicen que la sangre tira. Nunca mejor dicho en la perpetuidad de abusos y violencia.
Mientras tanto, la familia se organiza, reclama justicia y difunde todo lo que puede como una forma de protegerse de las amenazas constantes. Ayer a la tarde realizaron una marcha hacia la 8º. Acompañados por organizaciones sociales y políticas, como el MTD-Lanús del Frente Popular Darío Santillán, donde milita uno de los hermanos de David. Allí marchaba Leo Santillán, hermano de Darío. "Estamos acompañando a los familiares en un dolor que conocemos de cerca, movilizarnos es lo que nos da fuerza renovada".

Una vez en la puerta de la Comisaría, el centenar de manifestantes compartió la lectura de un documento que reafirmaba el reclamo de justica por los pibes y, sobre todo, profundizaba el pedido de que esto no vuelva a pasarle a ningún pibe más. Algo de eso que Moncho contaba: "Los mandamos a comprar algo y los persiguen y los amenazan en su propio barrio".

Para el final, hubo una suelta de globos negros, símbolos del luto y del dolor, pero también de la intención de que el mensaje se transmita y llegue a todos lados. De que la lucha se propague y cada vez haya más acciones concretas para que ni las balas ni los atropellos policiales sigan matando a los pibes.


* Nota publicada originalmente en Marcha: http://www.marcha.org.ar

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