Estación Darío y Maxi, una victoria colectiva

por Joaquín Gómez (*)

En las líneas que siguen, unas palabras que dan cuenta de la lucha librada mucho tiempo atrás, poco después de la caída de Darío y Maxi, por dar nombre a la estación que los vio morir pero que también los tiene hoy como símbolos de la solidaridad y de la lucha popular.



La lucha por la estación comenzó mucho tiempo atrás. El mismo 26 de junio de 2002 cuando Darío se quedaba ayudando a Maxi y enfrentaba con su palma abierta las armas de la policía asesina ordenada por Duhalde. Ese día no sólo fueron cobardemente masacrados estos dos jóvenes, también resultaron heridas de bala otras treinta personas y cientos de manifestantes fueron detenidos en sucesivas razias y cacerías policiales. Las fuerzas de seguridad no actuaban por su cuenta, pero tampoco acorde a derecho: siguieron ciegamente las órdenes criminales de un gobierno represor que buscaba inculpar de las muertes a los propios manifestantes. Mientras tanto, la mano dura era festejada en los principales medios de comunicación donde los voceros de las corporaciones empresarias aplaudían la decisión de criminalizar la protesta. Políticos y formadores de opinión que hoy continúan su labor al servicio de diferentes sectores partidarios como si todo esto nunca hubiera ocurrido o como si ellos no hubiesen sido parte.
Afortunadamente lo que nos queda de aquel día, más allá de la puesta en evidencia de todo esto, es el origen de un nuevo mito. Un acontecimiento donde se anudarán símbolos y valores que ayudarán a reordenar el imaginario social y recrear una dignidad de la práctica política que la restituya como praxis transformadora y deje atrás su asociación exclusiva con la politiquería, la corrupción y el mantenimiento de un statu quo de injusticia social. Las figuras de estos jóvenes condensarán un lento proceso de acumulación militante y dejarán un mojón irremplazable en la revitalización de una tradición de lucha por una sociedad con justicia, libertad y soberanía popular. El potencial mítico propio de los caídos en situación de protesta se verá potenciado en este caso porque el último suspiro de vida de estos jóvenes tuvo la forma sin igual de un gesto –mágicamente registrado en una fotografía– que será ejemplo, símbolo y paradigma de lo mejor de la nueva juventud militante, aquella nacida al calor de las luchas piqueteras y del 19 y 20 de diciembre de 2001. 

Los valores de solidaridad, valentía y compromiso militante que se expresan en las figuras de Darío y Maxi sostienen una visión del mundo que alimenta las prácticas políticas más democráticas llevándolas hacia un escalón más alto, donde adquieren un sentido de profundo cambio social. La solidaridad con los que menos tienen y el reconocimiento del otro en tanto hermanas y hermanos que cimenta la única y verdadera patria grande, la valentía que no teme a la muerte porque se apoya en un intenso amor a la vida, el compromiso responsable con el destino colectivo y con las formas de una política transformadora que no sabe de conformismos ni oportunismos. La democracia de base, la acción directa y la prefiguración del socialismo (aquí y ahora) comenzaron a alimentar desde aquel cambio de siglo la militancia barrial, estudiantil, cultural y sindical de miles de jóvenes en todo el país. 

Un largo camino

Indignados por la crueldad estatal y emocionados por el compañerismo militante, los familiares y compañeros de Darío y Maxi comenzaron una demanda de justicia en las calles, los tribunales y los despachos del poder ejecutivo con la misma convicción reivindicativa propia de los movimientos de cambio social: el Estado debe ser profundamente transformado y ampliamente reemplazado por otras formas de organización y legitimidad social y política, por esto es un terreno de disputa y, a la vez, un rival. No se puede definir de una vez y para siempre, como una ley general, cuál será la relación con las instituciones estatales. El poder popular tiene una clara tendencia a la autonomía y, a la vez, una compleja relación dialéctica con el Estado.

Apoyada en estas premisas, la demanda de justicia tuvo un momento judicial clave donde se logró una justicia parcial con la condena del ex comisario Alfredo Fanchiotti jefe policial del operativo represivo y, no sin limitaciones, contra algunos de sus cómplices. En paralelo se puso en marcha una campaña política de escraches al ex presidente Eduardo Duhalde, señalado como el principal responsable ideológico junto con figuras de su gobierno y del gobierno bonaerense de Felipe Solá. Pero la demanda de justicia también tuvo un importante momento cultural que fue surgiendo al compás de los otros y fue tomando cuerpo sólido en la construcción de la muestra permanente de arte en la Estación Darío y Maxi en 2005, luego del acampe de 40 días frente a los tribunales de Lomas de Zamora. En realidad, la estación de trenes ex Avellaneda había sido rebautizada en los hechos un 26 de marzo de 2004, cuando los piqueteros reabrieron el hall de la estación donde cayeron asesinados Darío y Maxi, que se encontraba clausurado hacía un año por un supuesto foco de incendio. Las jornadas artísticas y culturales iniciadas en la vigilia del 25 de junio de 2005 le dieron nueva fuerza al constante trabajo de carga de sentido que venían impulsando los familiares y compañeros de Darío y Maxi como parte fundamental de su lucha. Por otro lado, ese mismo año las tensiones con el gobierno de Néstor Kirchner se hacían más fuertes al punto que desde finales de 2005, mientras transcurría el juicio, un gigantesco operativo policial comenzó a impedir el corte del Puente Pueyrredón que todos los días 26 se realizaba en demanda de justicia por Darío y Maxi. A pesar de verse frustradas, las convocatorias mensuales continuaron y se fueron transformando en un corte frente a la Estación Darío y Maxi. Fue en aquel contexto que las promesas del ejecutivo acerca de la apertura de los archivos de la SIDE se esfumaron en concesiones minúsculas y la entrega de documentos sin mayor valor para avanzar judicialmente sobre los autores políticos de la Masacre de Avellaneda. 

En enero de 2006, con la sentencia del juicioy sin la posibilidad de continuar los cortes del Puente Pueyrredón por los operativos de saturación policial, muchos creían que la demanda de justicia y la memoria viva de Darío y Maxi irían perdiendo fuerza. Sin embargo, la organización cultural en torno a la estación fue cobrando cada vez más presencia a través de la acción directa. La lucha en los tribunales era un episodio y no la culminación de la acción de los movimientos. Interviniendo la señalética con los nombres de los caídos, instalando obras plásticas, fotografías, esculturas y cerámicos, pintando murales y graffitis, la estación continuó adquiriendo ese carácter de novedosa pieza de cultura popular. Recibiendo músicos, medios alternativos, obras de teatro, murgas, artistas plásticos y poetas se fue transformando en escenario y marco de intercambios entre artistas, militantes y familiares de víctimas de la violencia policial e institucional. 

El reconocimiento de una lucha

La presencia de los movimientos resultaba tan imponente que a pesar del permanente boicot hacia las obras instaladas (borrando inscripciones, destruyendo placas, robando objetos), los militantes se volvieron en referentes para las autoridades del ferrocarril y exigieron que se respete la muestra cultural. Así, en 2008, ante la necesidad de realizar refacciones en la estación –y anticipando el aumento de la protesta en caso de que se tocara alguna obra–, fueron convocados a una reunión de gestión. Después del encuentro, se planteó con claridad la necesidad de llevar la lucha al Congreso para obtener el cambio de nombre de la estación y también se visualizó la posibilidad de darle un marco más sólido a la apuesta en la estación ocupando una parte del terreno. En los años siguientes, el Frente Popular Darío Santillán construyó un anfiteatro y un polo textil donde hoy trabajan decenas de cooperativistas. Poco después de cumplirse 10 años de los asesinatos, la cámara de Diputados aprobó el cambio de nombre (sobre la base de un proyecto original de 2006) y el 13 de noviembre el Senado ratificó esta decisión transformándola en Ley Nacional. Lo que hace tiempo era para una parte, ahora deberá serlo para todos. 

Puede que la Estación Santillán y Kosteki sea un intento más del Estado (de sus agentes) por engrandecerse expropiando con su fetichismo el trabajo constante de miles de mujeres y hombres, jóvenes o ancianos, que día a día construyen un país diferente, integrador, igualitario, solidario, valiente y soberano, para un mundo donde quepan muchos mundos. Pero todo indica que en cualquier caso este intento sería vano; es difícil no darse cuenta de que la Estación Darío y Maxi tiene raíces profundas en una tradición de lucha popular que se recrea y toma más fuerza en cada una de sus batallas. Esta ley viene a confirmar la cristalización de estos símbolos en la sociedad y lo que ellos significan en términos de relaciones de fuerzas. Se las reivindique en donde se las reivindique, las figuras de Darío y Maxi continuarán inmunes ante el pesado lastre del bronce que acecha a todos los mitos. Porque sus historias permanecen ancladas en la praxis cotidiana de miles de personas de carne y hueso que, al igual que ellos, eligen hacer de sus vidas una apuesta colectiva.


* Es docente e investigador de Antropología (UBA) – Militante del Frente Popular Darío Santillán desde 2006.


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