A 39 años del asesinato de Carlos Mugica

Por Martín Azcurra

Desde Sudestada nos permitimos una revisión del accionar de los curas comprometidos con las luchas de los 60 y 70 en Argentina. Si bien la entrega de Mugica hacia los humildes fue incuestionable, su lealtad a Perón lo alejó del proceso revolucionario que sí defendieron otros curas peronistas como Adur y tantos otros. Como bien dice Rubén Dri en la última revista, "los curas villeros no son la Teología de la Liberación". A continuación algunos fragmentos de la nota de tapa publicada en la revista de mayo.

TUCUMÁN. El General Acdel Ernesto Vilas llegó de noche a San Miguel de Tucumán. Había sido enviado por Isabel Perón para apagar el fuego que ardía en el monte. Sintió euforia y miedo al mismo tiempo. Por fin podía cumplir el designio por el que había sido forjado. Años atrás, cuando fue reclutado por Ciudad Católica, versión argentina de la cruzada militar católica inventada por los franceses, tuvo su primer visión de lo que se iba a convertir en una especie de guerra santa. Se dirigió a la Iglesia de La Merced, se arrodilló ante la imagen de la virgen, le ofreció su bastón de mando y le prometió que iba a acabar con “todos aquellos que se sirvieron de sus sotanas, cargos o apellidos para apoyar al ERP” .


MUGICA Y PERÓN. El MSTM se empezó a resquebrajar varios años antes del golpe militar de 1976. No fue la represión lo que causó su desgranamiento. Es cierto que el accionar de la Triple A contribuyó bastante, pero no fue el único ni el principal motivo. Dos temas emergieron ya en 1973 como causas: el celibato y el peronismo. El monseñor Jerónimo Podestá, quien hiciera pública una relación sentimental con su secretaria, hizo lo posible para que el movimiento se definiera en contra del celibato. Su oponente fue Carlos Mugica, quien no estaba realmente en contra, sino que proponía la libertad de acción. En un entredicho, Podestá le dice: “Me parece Carlos que tenés una teología muy floja”. Mugica le contesta: “Y a mí me parece que vos tenés una teología muy pelotuda” . Mugica veía que el tema ayudaba a banalizar la discusión de fondo, que era el retorno de Perón, ya que un sector consideraba las elecciones del 73 como un “ampuloso montaje encubridor de intenciones continuistas”. El conflicto se agudizó tras la reunión que organizó Mugica entre el MSTM y Perón en su primera visita de 1972. Antes de la reunión, Perón se entrevistó con Caggiano, se arrodilló y le dijo: “Perdón Señor, perdón por todo” . Bajo la lluvia, 60 sacerdotes fueron llegando a la cita. Perón los hizo palpar de armas por sus custodios ante los reporteros. Los trató fraternalmente (“muchachos”) y les dijo que el pueblo no los necesitaba como revolucionarios sino como sacerdotes. Muchos de ellos sufrían la tortura en las cárceles de la dictadura.

Durante el gobierno peronista, Mugica ingresó al Ministerio de Bienestar como asesor de López Rega. La junta de delegados de la Villa de Retiro, donde funcionaba la capilla Cristo Obrero que él dirigió, defendía la construcción de mejores viviendas en contra de la relocalización. La propuesta del gobierno fue reubicar a los habitantes de la Villa, dado que las tierras tenían un alto valor inmobiliario. Mugica no quiso enfrentarse con Perón, así que apoyó a regañadientes la medida dictada por López Rega. Esto generó una fractura importante no solo en el MSTM sino también en el Movimiento Villero Peronista. En septiembre de 1973, durante una misa por Abal Medina y Ramus, Mugica instó a “dejar las armas por los arados”. Tras la división, su grupo se llamó Leales a Perón, junto con Jorge Galli. La fracción guerrillera (Montoneros y ERP) del MSTM (que se cristalizó en el agrupamiento Cristianos para la Liberación) y del movimiento villero se opuso al traslado y dirigió una movilización al Ministerio de Bienestar Social, donde la policía asesinó a un manifestante. Mugica acusó a la policía, pero condenó al “socialismo dogmático que clama por la revolución desde fuera de las villas”. Diez días después de que Perón echara a los Montoneros de la Plaza, un 11 de mayo de 1974, Mugica ofrecía una misa en la capilla San Francisco Solano mientras por su cabeza circulaba una larga serie de interrogantes políticos. Al salir a la calle, un hombre bajó de su auto y lo llamó por su nombre. Mugica alcanzó a ver el rostro del subcomisario Rodolfo Almirón, fundador de la Triple A, en el momento exacto en que éste le disparó 15 balas de ametralladora.


MSTM. ¿Por qué el instinto de guerra se encarnó con tanta intensidad en los militantes católicos? ¿Por qué un sistema de ideas basado en el amor al prójimo empujó a grupos de jóvenes a tomar las armas? “Apareció como una necesidad –conjetura Elvio Alberione, párroco de Villa Concepción, Córdoba- Yo era pacifista hasta el golpe de Onganía, a partir de allí ya no hubo espacios democráticos. Por otro lado, la Revolución Cubana era un paradigma de cambio. Influía fuertemente el pensamiento del Che y dentro del cristianismo surgió lo del hombre nuevo, que se reflejaba en una idea evangélica de sociedad más justa planteando una utopía alcanzable, que debía ser construida diariamente y con concreciones permanentes”.
En el marco de la modernización de la Iglesia, ya en contacto con el marxismo, se realizó en Medellín la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano (1968), que redactó un documento que da cuerpo teórico a la Teología de la Liberación. El texto se detiene en un episodio bíblico acerca de lo que se espera en la región. José Pablo Martín lo interpreta así: “En Éxodo se describe la gesta de la emigración desde la esclavitud en Egipto hacia la libertad en la tierra propia. La Biblia judía había hecho del ‘Paso del Mar Rojo’ un arquetipo histórico y un signo de la alianza con Dios. El Testamento cristiano había visto en ese texto una prefiguración de la muerte-resurrección de Jesús, el pasaje transhistórico y transcósmico”.
Erio Juan Vaudagna, cura tercermundista intelectual, profesor del Seminario Mayor de Córdoba en los 60, explica la influencia del marxismo: “No teníamos otra interpretación de los fenómenos sociales, otros paradigmas de interpretación que no fueran los del socialismo marxista. Nos deslumbró la lectura de estas fuentes y vimos que no había incompatibilidad entre los escritos juveniles de Marx y el cristianismo. Ni tampoco entre ese análisis que negaba a Dios y nuestra fe que proclamaba su existencia. Había en ello una continuidad, no una contradicción. Lo veíamos como una prolongación a nivel político de nuestra vivencia religiosa”.

Para Ignacio Vélez, además, había una cuota importante de mesianismo: “La convicción profunda de que estábamos elegidos, que nos tocaba cumplir la misión de Cristo (…) Imitación a Cristo o imitación al Che. Sacrificio testimonial o lucha redentora. Jesús el salvador de almas o los salvadores de la Patria. Dar la vida por la salvación del otro o Patria o Muerte. Iglesias distintas de una misma religión (…) Era el paso sin escalas del compromiso sublime a las armas” .
Pero a su vez, el cristianismo contribuyó a la renovación de las ciencias revolucionarias, que se estrechaban cada vez más en fórmulas de laboratorio. Para el investigador Mario Burgos, “en el caso de la izquierda marxista la incorporación de curas y cristianos al movimiento significa una ampliación importante tanto en la base social y en la composición interna como en la ruptura de ortodoxias ideológicas y de prácticas sectarias que habían trabado durante años una relación más plena con el movimiento popular. La apertura del marxismo hacia el cristianismo no es pacífica: el reconocimiento de su fuerza revolucionaria rompe con el concepto monopólico de la revolución propio de su vertiente más ortodoxa. También da paso a un reconocimiento de la historia particular del movimiento popular y de sus mitos. Desde luego, esto lleva a una ruptura con la interpretación tradicional –casi siempre liberal- que la izquierda había formulado tanto de la formación social latinoamericana y argentina en especial, de su historia y del peronismo”.

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