Por Juan Bautista Duizeide
El 5 de mayo de 1976, Haroldo fue secuestrado en Buenos Aires. Lo homenajeamos a través de sus palabras, en un recorrido "de la A a la Z" por su obra, publicado en Sudestada Nº 114 de noviembre de 2012. “Agosto es un extraño entre dos luces y dos tiempos”, escribió. Y él mismo, hoy, es un extraño entre dos épocas. La extrema sutileza de su obra, la forma en que se intrincan lo cotidiano, lo histórico y lo trascendente son únicas en la literatura local. Tampoco se presta al tipo de lecturas sesgadas que tiende a reivindicar a algunos escritores como desaparecidos antes que como escritores.
Fue seminarista, aviador civil, guionista de films publicitarios y largometrajes de ficción, vendedor callejero de libros, militante, vagabundo, picaflor, profesor en escuelas secundarias, náufrago. De cada uno de esos oficios terrestres, aéreos y acuáticos, algo le quedó en las ganas, en la mirada, en las manos, y dejó huellas profundas en su escritura. Pero por sobre todo, Haroldo Conti fue narrador. Su práctica condensó una serie de influencias operantes en los años cincuenta, sesenta y setenta: la narrativa norteamericana de la generación de Hemingway, Steinbeck, Caldwell, Faulkner; el cine del neorrealismo italiano y escritores como Cesare Pavese y Elio Vittorini, vinculados a la resistencia contra el fascismo; los jóvenes iracundos ingleses; el existencialismo y su impronta de compromiso político; el nouveau roman; el nuevo periodismo; la enseñanza del cubano Miguel Barnet, que demostró con Cimarrón cómo el montaje de un testimonio y la construcción de una historia de vida pueden ser muy buena literatura; la narrativa del brasileño Joao Guimaraes Rosa y el uruguayo Juan José Morosoli, así como la de otros argentinos forasteros: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano; el Guevarismo, que cambió definitivamente el rumbo de sus trabajos y sus días.
Aun siendo un hombre paradigmático de su tiempo, Conti trascendió las marcas, los mandatos y los equívocos de esa época de la cual participó apasionadamente. Aunque a veces dudara, tanteara, emborronara y rompiera papel tras papel. Amores, política, periodismo y literatura se entrelazan de manera irrescindible en la vida y la obra de Conti. Los andariegos, los sin hogar, los que viven a cuenta de lo improbable, los que tienen sed de ternura y de justicia, los que padecen nostalgia de infinito, los que parecen desasidos y como a la orilla de todo, los que no se resignan a las derrotas que la sociedad les destina, son personajes privilegiados por sus ficciones.
Haroldo Conti anduvo en vida y obra por los Bajos del Temor, en el Río de La Plata, donde transcurre la novela Sudeste (1962), que nació como un intento de guión de cine; por el Delta, donde transcurre “Todos los veranos” (1964); por las orillas olvidadas de Buenos Aires, zona de Alrededor de la jaula (1967); por Isla Paulino, en las cercanías de Berisso, a la cual le dedicó un texto memorable aparecido en la revista Crisis: “Tristezas del vino de la costa” (1976). Pero quizás nada le gustara tanto como subirse al auto y rumbear para Chacabuco, donde había nacido el 25 de mayo de 1925. Ese territorio, que es también una zona del alma de Conti, es el de los cuentos correspondientes a la primera parte de La balada del álamo Carolina (1975). Nadie puso en palabras como Conti en esos textos a la pampa gringa, no la de los terratenientes que acapararon las tierras despojadas a los aborígenes tras la llamada Campaña al Desierto, sino la de los inmigrantes pobres. Nadie como él supo hacer vivir en su escritura al río, a las islas, a las marejadas, a los vientos y a los hombres de ese río que parece mar; nadie como él contó ese otro mar, la llanura, con sus habitantes varados en la lejanía.
Resulta una tentación simplista encuadrar el devenir político de Haroldo Conti entre dos hitos: el envío de una novela al certamen convocado por la revista Life y el orgulloso rechazo, políticamente fundamentado, a una beca ofrecida por la fundación Guggenheim. Sin embargo, lo político atraviesa toda la escritura de Conti y nunca es tan profundo como cuando parece ausente, cuando no es explícito.
Por su adhesión al Partido Revolucionario de los Trabajadores, con particular actividad en el Frente Cultural del partido –donde fueron sus compañeros el narrador Humberto Costantini, los poetas Roberto Santoro y Miguel Ángel Bustos y el cineasta Raimundo Gleyzer–, por su adscripción pública al Frente Anti imperialista por el Socialismo; por su trabajo en la revista Crisis y su presencia en diversos congresos de escritores en los que denunció la violencia estatal y paraestatal destinada a mantener privilegios de clase, Conti fue secuestrado de su casa por un grupo de tareas del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Fue el 5 de mayo de 1976. Inmediatamente, su familia y sus amigos iniciaron una valiente y obstinada búsqueda. Preguntaron a cuanto funcionario militar pudieron acceder. Preguntaron a dignatarios de la iglesia católica. Preguntaron a dirigentes políticos. Presentaron hábeas corpus. El silencio fue la respuesta unánime. El silencio de los culpables, de los cómplices, de los prudentes, de los cobardes, de los tibios.
Conti es uno de los 30.000 desaparecidos a manos de la dictadura que partió en dos la historia argentina reciente. Aquellas búsquedas iniciadas por sus seres más cercanos, por los más queridos, devinieron parte de una búsqueda colectiva que, tratando de reconocer sus huellas en cada lugar que frecuentó, y en cada una de sus páginas, se pregunta de dónde venimos, quiénes somos y adónde queremos ir.
Amor: “Creo que el verdadero amor está rodeado de tristeza. Es breve, es intenso, se muere”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
“Mi madre ha envejecido otro poco este invierno. Yo lo veo en sus manos porque su cara sigue siendo la misma para mí”.
(“Mi madre andaba en la luz”, de La balada del álamo Carolina, 1975).
“De nuevo me marcho. Nací para un camino solitario. No es un castigo, es simplemente mi destino. Desde él es como amo a la gente. Es mi forma de ser y de amar. Nací para la libertad, que hasta ahora es el dolor del mundo. Tú, capitán, harás lo que yo no puedo: que sea su alegría. Te llevo en mi mano. Eres la llamita que levanto alto y alumbra mi camino”.
(carta a su hijo Marcelo, 1974).
Buenos Aires: “Como les pasa a muchos, yo me siento un forastero en Buenos Aires, inclusive alguna vez dije que hago una literatura de forastero, ese hombre que se siente tironeado por un lado por la patria chica, el pueblo, y por el otro, no tironeado, pero sometido y obligado a estar en Buenos Aires. Yo no quiero a Buenos Aires, no me gusta Buenos Aires, siento la permanente nostalgia por mi pueblo. (…) Yo diría que Buenos Aires todo lo que me dio fue tristeza. Porque en realidad la mayor parte de mi historia, de esa rasposa historia tan cargada de melancolías y tristezas, de fracasos y de éxitos, por qué no, se desarrolla en Buenos Aires. Este fue todo el escenario mío, en realidad. Me escapo de él muy a menudo a través de la literatura. Me escapé con Sudeste. Con Alrededor de la jaula también me escapé porque es un Buenos Aires marginal, que transcurre en la costa, esa tierra de nadie que nadie ve, a pesar de que somos porteños”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
“De tanto en tanto vuelve a preguntar sobre Buenos Aires y yo siento que algo se remueve en esa especie de mapa que uno lleva permanentemente desplegado en la cabeza algo muy al fondo, oscuro, enorme, ese gran pez del sur, leviatán insaciable, ocho millones de rabiosos”.
(“La breve vida feliz de Mister Pa”, en revista Crisis, 1974).
Casa: “Delante de mi casa, en un patio de tierra raída, gastada como el género de mi camisa Grafa, en un cantero someramente cercado por ladrillos musgosos, hay una planta de azalea que plantó mi madre hace doce años. Sus flores de piel violeta tiemblan delicadamente con este ansioso viento de septiembre que levanta, en esta mañana, un fresco olor a terrones, a humo agrio, a pan casero, a húmedas maderas. A partir de esta plantita que ahora flamea en la clara mañana y que mi madre riega todas las tardes, apenas se pone el sol, yo reconstruyo, acaso invento, mi casa”.
(“Mi madre andaba en la luz”, de La balada del álamo Carolina, 1975).
Chacabuco: “Con el tiempo Chacabuco ha adquirido un relieve fantasmal para mí. En realidad, cuando escribo hablo de ese Chacabuco mío. No es exactamente el Chacabuco que ahora existe, acá a doscientos kilómetros de Buenos Aires, con ese letrero tan alentador que dice Chacabuco es futuro, y los molinos Río de La Plata, toda esa pujanza que enorgullece a los chacabuquenses. Para mí, Chacabuco es aquel pueblito que relato, describo y en cierta medida recupero –aunque lo invento bastante– en La balada del álamo Carolina–: el Chacabuco de tapiales amarillos, del viejo Pelice, del viejo Ponce, del padre Doglia, de mi padre, de mí mismo, chico, cuando salía a recorrer el campo junto con mi viejo, que era vendedor ambulante”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
Dios: “Dentro de mi literatura hay una religiosidad; posiblemente una religiosidad sin Dios”.
(Entrevista de Juan Carlos Martini, Confirmado, noviembre de 1971).
“–Hijo –solía decir con esa voz profunda que le salía desde adentro y medio cigarro entre los labios–, la verdad que Dios hizo seis días para descansar y el séptimo para trabajar, ya que no había más remedio. A veces el sexto y el séptimo, según como vengan las cosas. Pero estos mierdas de ingleses han dado vuelta todo el asunto…”.
(“Todos los veranos”, 1964).
Escritura: “En realidad, empecé a escribir no desde joven, sino desde chico, directamente. Yo estaba en un colegio de pupilos, de curas salesianos, y ahí se tenía por costumbre, como no se daba cine (el cine se consideraba algo pecaminoso) hacer teatro los domingos, o más frecuentemente, títeres. Entonces yo me puse a escribir, no sólo a actuar, a mover los muñecos, sino que me puse a escribir los libretos. Y hacíamos una especie de seriales que se continuaban cada domingo. Terminábamos en lo más álgido, en el mayor suspenso se cortaba la función y se proseguía el domingo siguiente. Y ahí empecé escribiendo esos libretos. Y luego, influido mucho por Muñoz Seca, por Chesterton, por un montón de autores conectados a la literatura o al ambiente católico de aquellos años, por Paul Claudel también, pero particularmente, seamos honestos, por Muñoz Seca, empecé a escribir teatro. Escribí una serie de obras humorísticas. Sainetes, comedias. Hasta que un buen día me largué a hacer una opus magna que se llamaba El buey risueño. Hacía juego con el mote que se le había puesto a Santo Tomás de Aquino: “El buey mudo”. Mi obra era una especie de ópera sobre Chesterton, donde se mezclaban sus personajes y el personaje real que era él”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
Fe: “Saludo al barco en voz baja –porque los barcos son como las personas, entienden a su manera–, y pego la vuelta”.
(“La breve vida feliz de Mister Pa”, Crisis 15, julio de 1974).
“Parecía navegar en el aire con ese porte invencible de las viejas embarcaciones. En realidad, lo habría podido traspasar con un dedo de reseco y podrido que estaba. Pero yo lo veía así, remoto y espléndido como una estrella”.
(“Todos los veranos”, 1964).
Gracia: “Se sentía respirar y moverse lentamente con mil movimientos y crujidos de sus ropas húmedas, duras y mugrientas; se olía y se sentía de cien formas, en toda la extensión de su cuerpo. Y su propia presencia pesaba sobre él, como algo latente, cálido y muy solitario. Él era en ese momento, el centro de ese mundo anegado por las aguas. Un sobreviviente. El silencio y la noche, y las aguas desbordadas, y la soledad de aquel río semejante al mar venían a morir alrededor de él. El sentimiento de esto, no la idea, le provocaba una extraña alegría y una especie de rara seguridad. No tenía que marchar hacia nada. Ahora todo convergía hacia él”.
(Sudeste, 1962).
Historias: “Yo no escribo la Historia, sino las historias de las gentes, de los hombres concretos. Escribo para rescatar hechos, para rescatarme a mí mismo. Podría decirles más: creo que toda mi obra es una obsesiva lucha contra el tiempo, contra el olvido de los seres y las cosas. Uno siente que envejece, que se va, y quiere que algunas cosas, de alguna manera, permanezcan”.
(Entrevista de Heber Cardoso y Guillermo Boido, La Opinión, 15 de junio de 1975).
“Oreste se vuelve y contempla el mar. Allí están esos días, esa breve y apretada historia de la cual no queda nada a la vista, tan sólo el agua que se ha cerrado sobre ella”.
(Mascaró, el cazador americano, 1975).
Imposición: “Lo político debe emerger con naturalidad, no como una cosa impuesta. Yo a priori no puedo decir voy a hacer una novela comprometida, y de repente escribo una novela sobre el Delta y no aparecen manifestaciones –porque en el Delta no hay multitudes y ni siquiera hay población–. Pero si estoy muy metido, si he vivido y mamado profundamente lo político, el drama político del país, en esa soledad, de todos modos, emergerá”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
Jaula: “Mi último libro, Alrededor de la jaula, prácticamente quedó en depósito”.
(Entrevista diario Clarín, 3 de junio de 1971).
Kilómetros: “…y su ansiedad por un barco se confundió con su ansiedad por partir. Todo era una misma y única cosa”.
(Sudeste, 1962).
“Habla del tiempo de ellos, los que se van, que ya no es el mismo”.
(Mascaró, el cazador americano, 1975).
Literatura: “Para mí la literatura es una especie de fatalidad, y lo digo sin hacer literatura. Yo no me siento especialmente feliz cuando escribo. Me cuesta escribir, me cuesta bárbaramente. Yo creo que para mí es una sustitución de la aventura, a veces. Como no puedo viajar, como no puedo trepar a una montaña, como no puedo navegar, bueno, todo eso lo hago a través de la literatura. Pero también he dicho –y uno se va repitiendo, se va haciendo viejo– que como no he podido vivir un montón de vidas las vivo a través de la literatura, asumo una serie de vidas que me fascinan a través de la literatura”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
“El arte es una entera conspiración”.
(Mascaró, el cazador americano, 1975).
Llevado: “Y las voces se tornaban cada vez más tenues y lejanas, como el susurro de la marejada sobre el banco”.
(Sudeste, 1962).
“…un cigarrito oloroso compuesto con la yerba de cierto cáñamo carismático. Por la mitad del cigarro el maestro se ensimismaba en estado de transparencia…”.
(Mascaró, el cazador americano, 1975).
Memoria: “…es el vino de la memoria y el vino del río y cuando uno siente ese golpecito amargo en el paladar, apenas un pellizco, se enciende por dentro y se torna memoria y río, barco vagabundo y mundo rante, es decir con más substancia de hombre, de manera que ¡vaya vino!”.
(“Tristezas del vino de la costa o La parva muerte de Isla Paulino”, revista Crisis, marzo 1976).
Nosotros: “Levanto los ojos y por encima de mi máquina descubro el enorme póster con la figura del Che que preside mi casa, San Ernesto de la Higuera. Entonces le pregunto, te pregunto: Comandante, ¿qué digo, qué escribo que tenga la altura y el brillo de aquella sangre o, aunque algo menos, vaya pretensión la mía, la dignidad de esa herida?”.
(“Una misma sangre”, incluido en el “Informe sobre Trelew” del grupo Barrilete, impulsado por el poeta y editor Roberto Santoro, 1974).
“Se está desarrollando en nuestro país un vasto plan de la burguesía y el imperialismo, capaz de confundir a grandes sectores populares y que puede arrastrar a las clases menos favorecidas tras falsos caminos que no responden a sus reales intereses (…). Debemos formar un frente sólidamente unido de las fuerzas del campo popular y, aprovechando la extraordinaria disposición combativa del pueblo, derrotar lo más ampliamente posible a la burguesía y el imperialismo. Es una exigencia de la hora actual que todos los grupos que luchamos por los intereses de la clase obrera y demás capas populares, respondamos con una política unitaria a los planes del enemigo principal: el bloque burgués imperialista, dejando de lado nuestras diferencias, absolutamente secundarias comparadas con todo lo que nos separa del campo reaccionario. El FAS no es un acuerdo por arriba, quiere ser la unión y coordinación de acuerdos tomados por abajo, que se dan en la realidad de las luchas populares. Los obreros peronistas, marxistas, radicales, etc. no actúan separados cuando hay que derribar un burócrata o luchar por mejores condiciones de vida. Tampoco lo hacen los villeros cuando exigen agua, luz, etc. La única manera de salir de la miseria y la explotación es marchar todos juntos”.
(Proclama de 1975 del Frente Anti imperialista por el Socialismo, frente de masas del Partido Revolucionario de los Trabajadores, del cual Haroldo Conti era adherente).
Ñoñerías: “…mis convicciones ideológicas me impiden postularme para un beneficio que, con o sin intención expresa, resulta, cuanto más no sea por fatalidad del sistema, una de las formas más sutiles de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina. No es sólo ni principalmente la cuestión de la Beca Guggenheim en sí misma, sino la política de colonización cultural de la que forma parte, en la que el imperialismo norteamericano no escatima esfuerzos de organizaciones estatales, paraestatales y privadas. Los antagonismos entre ese imperialismo y nuestros pueblos son profundos y violentos en todos los frentes, incluido por supuesto el de la lucha cultural, y en este momento han llegado a una etapa de grandes definiciones en toda la extensa nación latinoamericana. Esto impone la claridad y la coherencia como deberes ineludibles del intelectual latinoamericano, cuya condición de ninguna manera entraña un privilegio sino una entera y exigente militancia. No soy un hombre de fortuna como tampoco lo son la mayoría de mis compañeros, porque en Latinoamérica ser escritor es casi sinónimo de ser pobre, pero me parece inaceptable postularme para un beneficio que proviene del sistema al que critico y combato”.
(Carta a Stephen Schlesinger contestando la postulación para la Beca Guggenheim, febrero de 1972).
Ortiva: “El presente libro, cuyo autor es Haroldo Conti, presenta un elevado nivel técnico y literario, donde el mencionado autor luce una imaginación compleja y sumamente simbólica. La novela consiste en las aventuras de un grupo de locos que adquieren un circo (llamado del Arca) y viajan por distintos pueblos (todos en estado de miseria y despoblación, donde aparece el edificio de la iglesia pero nunca ningún sacerdote), y van despertando en los pueblos que visitan el espíritu de una nueva vida o bien podría interpretarse una vida revolucionaria (…). Por todo lo expuesto, y si bien no existe una definición terminológica hacia el marxismo, la simbología utilizada y la concepción de la novela demuestran su ideología marxista sin temor a errores. Con tal motivo, la obra analizada atenta contra los principios sustentados por la Constitución Nacional y por ende la ley 20.840”.
(Informe de lectura de Mascaró el cazador americano, a cargo de la SIDE, 1975).
Patria: “Estaba en Ecuador, invitado a un almuerzo con el presidente de la república, Rodríguez Lara, donde estaban otros escritores –entre ellos Juan Rulfo– y se nos invitó a acercarnos a la mesa del presidente y saludarlo, y cada escritor iba haciendo su presentación, al tiempo que le estrechaba la mano. Decía su nombre y el país para identificarse. Cuando me tocó a mí yo muy suelto de cuerpo dije, inmediatamente: ‘Haroldo Conti, de Chacabuco’”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
Qué: “No tiene nada que pasar… ahora voy a morirme… eso es todo…”.
(Sudeste, 1962).
Represión: “Venía de Trevelín en dirección a Esquel cuando alguien metió la radio de la camioneta y pasaron la noticia. Callamos todos, por más que el grupo estaba formado por gente que tenía poco o nada que ver con el proceso que se jugaba en ese momento en el país. Técnicos del proyecto Futaleufú o personal de un equipo cinematográfico. Pero de cualquier forma sentimos aquella gran nube negra que cubría el espacio de la patria y creo que todos pensamos que hasta ese momento habíamos estado compartiendo el mismo aire con las víctimas y los asesinos y que en cierta forma nos encontrábamos en camino a Trelew, sobre la misma pelada tierra y en la misma dirección”.
(“Una misma sangre”, incluido en el “Informe sobre Trelew” del grupo Barrilete, 1974).
“Me tocaba dar una charla, supuestamente sobre algo tan extenso y que por lo demás desconocía en grandes tramos, como la literatura argentina del siglo xx. Yo dije en esa oportunidad que ni me interesaba ni estaba en condiciones de desarrollar satisfactoriamente tema tan complejo pero que iba a referirme a algo que de alguna manera tenía que ver con él, y que era en alguna forma una expresión cultural de la Argentina de hoy, es decir, el tema de la represión en la cultura en Argentina. Señalé que no hablaba en mi nombre sino en el de buena parte de los escritores argentinos, ya que el informe que leí y comenté como base de aquella charla fue preparado por la Agrupación Gremial de Escritores. Al finalizar mi charla se repartieron 150 ejemplares del informe impresos por la gente de Guayaquil y luego fue reproducido en la revista Nueva de Quito y por el movimiento Segunda Independencia”.
(Entrevista publicada en la revista Nuevo Hombre, 1975).
Silencio: “No hago demasiado para ser conocido o reconocido porque me molesta exhibirme, porque inhibe mi proceso como escritor. Por el tipo de literatura que hago y también por mi forma de gestar mi literatura, necesito vivir en cierto silencio”.
(Entrevista en La Opinión, 9 de octubre de 1973).
Tiempo: “Los hombres de alguna manera tratamos de construir monumentos eternos, nos aferramos a cosas. El río es el tiempo irrecuperable. Es un paisaje de olvido, es lo que más representa la vida del hombre. Nosotros queremos aferrarnos, fijarnos de cualquier forma por esa vocación de eternidad que sentimos, pero lo concreto es que las cosas se mueren, que nosotros nos gastamos, que cambiamos continuamente. En ese sentido, el río es despiadado y de lo más humano. Nunca es el mismo, transcurre, cambia, se parece al hombre”.
(Entrevista de Juan Carlos Martini, Confirmado, noviembre de 1971).
“A veces pienso que los días de mi vida se parecen a las teclas de esta máquina. Son redondos y precisos y justamente no hacen otra cosa que escribir”.
(“Los caminos”, en La balada del álamo Carolina, 1975).
“El tiempo se había adelantado aquel año. La verdad es que agosto estaba apenas maduro y ya habían florecido los sauces de la costa. Un día el aire amaneció ligeramente verde. Era una niebla muy tenue que se mantuvo inmóvil entre las ramas de los árboles. Los cinco días grises que siguieron después no pudieron disimular ese alboroto de color que estallaba silenciosamente cada mañana y al quinto día exactamente, en una pausa de la lluvia, oímos, a lo lejos, el dulce canto del zorzal. La primavera estaba ahí”.
(“Todos los veranos”, 1964).
Ubicación: “Estoy en una línea un poco solitaria”.
(Entrevista en Clarín, 3 de junio de 1971).
“No había forma de llegar a ese lugar si uno no se guiaba por un pálpito”.
(“Todos los veranos”, 1964).
Vida: “Yo siempre dije –y lo digo en un cuento, inclusive– que la vida es una especie de borrador, que uno nunca termina de pasar en limpio. Y yo descubro que mi vida es un perfecto borrador, bien tachado, vuelto a reescribir, nunca completo, nunca terminado. Y todo eso me ha dejado, supongo, un sedimento de frustración y de tristeza”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
Wernicke: “Para mí la literatura deja algo cuando me enseña algo, me da pautas, me da modos de vida. Por ejemplo, un autor que influyó en mí en su momento, literaria y moralmente, fue Allan Sillitoe, con La soledad del corredor de fondo. Es decir, no sólo me enseñó a escribir, sino también a vivir. Me dio una serie de pautas y una moral para afrontar la vida. En esa medida y en ese nivel, me sirve, y vale para mí, la literatura. Por eso a veces hay autores que literariamente pueden ser inferiores a otros, pero que vitalmente para mí representan mucho más. Y ése es el mérito y la influencia fundamental que le reconozco a Hemingway, o a otros. Por ejemplo Gerardo Pissarello, para mí, es un gran autor. No escribirá como Borges, no será tan brillante, ni tendrá un manejo del lenguaje tan exquisito, pero tiene pautas de vida y una concepción de la vida que es mucho más enriquecedora que la que me puede dar Borges. Y así como él hay otros autores, Enrique Wernicke, por ejemplo”.
(Entrevista de Roberto Cuervo, fines de 1975).
Xenografía: “Me gusta la idea de Pavese de que la cosa consiste en crear climas y atmósferas. El resto se da a través de eso (…). En cuanto al lenguaje y la estructura no veo cómo puedo separarlos. Existe hoy una literatura que ha hecho del lenguaje su exclusivo protagonista. ¿Qué es eso? Un cierto ruido, el oficio de la vacuidad, cominería, alpedismo, nada”.
(Entrevista en El contemporáneo, junio de 1969).
Yo: “Yo soy los que faltan”.
(“Memoria y celebración”, en La balada del álamo Carolina, 1975).
Zarpar: “Si un día me ven pasar a toda máquina por el medio del canal, háganse a un lado y pongan una bandera amarilla bien grande que no paro hasta el culo del mundo”.
(“Tristezas del vino de la costa o La parva muerte de Isla Paulino”, revista Crisis, marzo 1976).
No hay comentarios:
Publicar un comentario