Nelly y Dardo Dorronzoro: poemas contra el olvido

La historia de dos compañeros de vida y de lucha, donde se mezclan yunques, martillos, poesía y desaparición.

por Mariano Garrido



En la fragua de los versos

El grupo entra a la casa del barrio La Loma. Los tipos llevan capuchas. Los tipos entran a las patadas. Como suele pasar, los tipos van rompiendo objetos o huesos a su paso. La casa del escritor y herrero no es una casa rica. (La calle es de tierra; el barrio, en los arrabales de Luján). El grupo que arrastra al poeta hacia fuera, para llevárselo en la noche de aquel marzo, se entretiene antes de la partida realizando inscripciones fascistas en las paredes y en la entrada de la casa. Componen la patota los miembros del Regimiento 6 de Infantería de Mercedes. (Nadie pida sensibilidad; ninguno pretenda clemencia). Operan extraoficialmente bajo el nombre de “Comando Bruno Genta” en tributo a un escritor ajustciado, tan extravagante como anticomunista, perteneciente a la derecha católica argentina.
Los tipos salen. Se llevan con ellos a través de la noche de aquel 10 de marzo del 76 al poeta y herrero Dardo Dorronzoro. Quedan en su casa el tendal de objetos destruidos, las pintadas como recordatorio del ultraje. Y queda, llorando en un rincón, sacándose la capucha que los verdugos le pusieron, Nelly, su compañera. Llora por la suerte de su esposo. No sabe todavía que Dardo regresará con vida de aquel secuestro. Y mucho menos que aquellos tipos también regresarán.

Nelly Dorronzoro se llama la mujer que vive allí, en esa casa de Luján. Lleva el mismo apellido que porta su compañero Dardo. No se trata del gesto atávico y señorial de considerar a la mujer como propiedad de. Ocurre que Nelly y Dardo son familia desde antes de haberse casado. Fueron primos; después, amigos. Más tarde pareja, luego lo demás. Se casaron siendo grandes, con más de cincuenta años. (Los diez que él le llevaba no parecían notarse). Ella daba clases en distintas escuelas; él trabajaba en la herrería medio día, y otro medio escribía: conformaban un hogar que no estaba destinado a la abundancia económica (“…el pan con una forma determinada, más bien poco, más/ bien caro…”), pero donde no faltaba lo necesario para atender a amigos y jóvenes que pasaban de visita, y amparar y alimentar a una cofradía de perros y gatos. (“Los miércoles eran días nublados generalmente,/ y generalmente llovía los jueves pero nada más que en las/ calles de tierra,/ por donde me llegaban los gatos/ con las patas embarradas…”). Los dos poseían una vida cultural e intelectual amplia. Ella trabajaba en la Escuela Normal como profesora de Lengua y formando docentes en el Instituto del Profesorado de Mercedes. Él publicaba artículos en periódicos diversos; había escrito una novela, premio EMECÉ en 1964, La nave encabritada, y la poesía era una actividad regular. El hogar de ambos era frecuentado por jóvenes que discutían de literatura y de política (“…y enseguida nos poníamos a hacer la revolución debajo de/ las ramas,/ debajo de ese vientito fresco con/ madreselvas,/ pero la cuestión era difícil porque no estabas…”). Su casa taller terminó por transformarse en un espacio donde hallaban cabida los muchachos con inquietudes, que ambos se encargaban de alimentar.1

La masa golpea en el yunque. Dardo hace templar unos versos. Es agosto del año 74, y junto con Roberto Jorge Santoro y otros poetas han publicado el último de los “Informes” que la revista El Barrilete sacó: el “Informe sobre Trelew”. En ese número, junto a escritores como Haroldo Conti, Vicente Zito Lema, Carlos Patiño o el propio Santoro, deciden homenajear a los militantes asesinados por el ejército dos años antes en la base Almirante Zar: “…me dolía agosto, esas sombras de chacales por el mundo…”, escribe Dardo para la ocasión. En sus versos contrapone “esos apellidos con olor a bosta” de los consortes de La Sociedad Rural, con los nombres de pila de los militantes masacrados. Dorronzoro sabe que la poesía es una más entre sus herramientas. Quien hace cantar al martillo, hace también brillar el metal en sus poemas, y saliendo al cruce de la coyuntura (a pedido, como periodista-poeta) nutre con su canto ese otro, colectivo, donde todos los escritores se han puesto de acuerdo en escribir sobre los fusilados de Trelew.
“Querido compañero: con ‘la nave encabritada’ me voy a verte el 14. Me voy, en la seguridad de reconocer al hermano mayor, al que contagia esperanzas (…) voy a que nos reconozcamos a través de la poesía y de la revolución”. Así le había escrito Santoro a Dardo el 8 de septiembre del 74. Al fin se conocerían en persona luego de haber compartido publicaciones, afinidades poéticas e ideológicas. Dichas similitudes, que los hermanaron en vida, también les depararían un final simétrico.
Los versos de Dardo, ordenados en el pañol de herramientas, tienen un propósito claro, un uso destinado. La masa golpea en el yunque. Los chasquidos son de metal. Nadie sabe si los sonidos provienen de su escritorio o de su taller de herrero.2

El sufrimiento de Nelly tiene un alivio cuando Dardo es liberado por la patota que lo secuestró aquel marzo. Su compañero regresa. Permanecerá en su misma casa, pese a las amenazas. Luján es chico; el anonimato, una quimera. El poeta está marcado.
“Yo he sido, soy y seré un poeta revolucionario. Sobre mi tumba verán florecer un puño”, había escrito bajo el título de “Declaración jurada” como presentación o manifiesto de Una sangre para el día, libro de poemas que le editaría Santoro en 1975.
Pero ya era la hora de los chacales. Se había instaurado la dictadura. Los asesinos que lo habían secuestrado en los prolegómenos del golpe estaban ahora más activos aún.
Nelly aguardaba, tal vez más preocupada que el propio Dardo. Pensaba en el destino incierto de su compañero, la necesidad de irse de allí. (“Creí que los chacales habían saciado su hambre/ de venganza…”). Fue un viernes de junio cuando la escena se repitió. (“Vuelven cada tanto,/ husmean la sangre…”). La irrupción en la casa del barrio La Loma de unos tipos corpulentos. (“…desgarran, perversamente, las heridas que jamás permitirán/ que cicatricen”). Su entrada a las patadas; golpes, destrozos. (“Vuelven cada tanto,/ husmean la sangre,/ desgarran, perversamente, las heridas…”). Fue un viernes 25. Dardo Dorronzoro es llevado de su casa por última vez.3

Cuando la racha es mala, las injusticias se congregan y marchan juntas y parejas. A la desaparición del cuerpo de Dardo, le corresponde el silencio sobre su obra. Nelly lo busca. No se resigna; va dejando poco a poco sus tareas habituales para consagrarse a saber qué es de la vida de su compañero. Porque ella lo busca vivo, tal como se lo llevaron. ¿Qué daño podía haber hecho ese herrero de más de sesenta años para no estar vivo? En su búsqueda, Nelly no deja puerta sin golpear. Entre ellas, estuvo la del responsable por la Municipalidad de Luján que la dictadura había designado. Silverio Sallaberry, apañado por el poder de turno, echa a Nelly de su despacho, y justifica la desaparición de su marido diciéndole que era una persona considerada peligrosa, un “adoctrinador”.
Durante esos primeros meses de dictadura, además de Dardo, varios escritores e intelectuales fueron secuestrados. Haroldo Conti, Raymundo Gleyzer, Miguel Ángel Bustos, son algunos de ellos. Pero si de golpear la puerta de despachos se trata, Nelly no estuvo sola en esa tarea. Con un motivo diametralmente opuesto, a mediados de mayo del 76, una delegación de intelectuales se presentaba a almorzar e intercambiar comentarios elogiosos con el dictador Videla. Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato encabezaban la comitiva. Antes y después de aquel encuentro, el país se iba tiñendo de rojo. Mientras muchos ya padecían el secuestro y la tortura en su propio cuerpo o en el de sus seres queridos; mientras otro tanto se preparaba para sufrirlos, la conducta del autor de Sobre héroes y tumbas mostraba, precisamente, la frialdad del segundo de esos términos. 

“Amaba las tardes silenciosas con ese vientito fresco de madreselvas y retamas, amaba las mañanas con el canto de las calandrias y el arrullo de las palomas que se detenían ante su fragua y amaba a ese gato de mirada sombría que lo miraba desde un rincón”. Así evoca Nelly a su compañero desde el prólogo del libro póstumo, titulado Viernes 25. La obra fue editada en México, y reúne los últimos poemas de Dardo. Nelly dedicó su sobrevida a buscar a su compañero; luego, a publicar su obra. En paralelo, ella también dejó testimonio escrito de su búsqueda y su lucha en apuntes y poemas. Desde la Comisión de Derechos Humanos de Luján, Nelly dio pelea por la memoria de su marido, y por la de más de medio centenar de hombres y mujeres de esa localidad que aún hoy se hallan desaparecidos.
Al momento de su secuestro, la máquina de escribir de Dardo contenía unos versos que luego Nelly encontró y divulgó. Decían: “Desde hace tiempo siento la amenaza/ De este viento sobre/ La luz de mi lámpara, sobre esa luz que apenas/ Me alcanza para no perderme/ Entre las garras del mundo, entre los dientes/ De esa inmensa muchedumbre de lobos en la sombra”. En su búsqueda, Nelly no halló a su marido, al que dejó de ver para siempre aquel viernes 25. (“Quizá antes te busqué…”). Pero Nelly halló papeles (“…quién sabe cuántas veces habrás pasado junto a mí/ ocultándote el corazón”), halló su propia voz y su escritura como modo de no morir de tristeza. En su búsqueda, encontró piezas preciadas: tal vez todo aquello que no buscaba (“o acaso yo estaba mirando/ algún lugar para morir sin encontrarte”). La obra de esta escritora que fue Nelly, y la de Dardo, esperan por ser debidamente publicadas y difundidas todavía. Así, tal vez, la fragua de sus versos pueda unir en la poesía lo que un puñado de verdugos supo separar.4 


NOTAS
1 Los textos intercalados son fragmentos del poema “Los días no perdidos”, de Dardo Dorronzoro.
2 Carta de Roberto Santoro a Dardo Dorronzoro citada en la introducción a Literatura de la pelota, por Lilian Garrido.
3 Los textos intercalados son fragmentos del poema “Los chacales”, de Nelly Dorronzoro.
4 Los últimos versos intercalados pertenecen al poema “Búsqueda”, de Dardo Dorronzoro.

Los días no perdidos

Los miércoles eran días nublados generalmente,
y generalmente llovía los jueves pero nada más que en las
calles de tierra,
por donde me llegaban los gatos
con las patas embarradas, y entonces
no venías a las cuatro de la tarde
ni a las cinco,
y eran todas las estrellas y todavía te estaba esperando,
y era el día siguiente con los gatos y el sol y el vapor
de la tierra mojada,
y se moría alguien y uno decía qué lástima,
y llegaban los mosquitos,
llegaban albañiles y llegaba algún muchacho sin cigarrillos,
se hablaba de Sofía, de la guerra de Vietnam, de pibes extremistas
que se disfrazaban de nosotros para
ser ellos,
del pan con una forma determinada, más bien poco, más
bien caro,
más bien como un largo aliento cansado sobre la mesa,
y enseguida nos poníamos a hacer la revolución debajo de
las ramas,
debajo de ese vientito fresco con madreselvas,
pero la cuestión era difícil porque no estabas,
y yo no decía nada, sin embargo,
me levantaba los pantalones a cada minuto, eso sí,
me sentía muy flaco,
y la revolución no avanzaba pese a los albañiles,
pese a que las bombas estallaban en todos los rincones de
los libros,
y eran muchas las horas que se iban por el mundo,
y eran muchos los chicos que se morían de tanto
esperarnos
y entonces nos poníamos a dar vueltas las torres de las iglesias,
a comer mandarinas, a preguntarnos
adónde estaba la falla del viejo Marx, ese gran loco,
y entonces llegabas,
nos sacabas el mate,
nos sacabas las cáscaras de mandarinas
y nos señalabas
un lugar difícil hacia el medio de la vida.
Qué gran cosa era que llegaras.

Dardo Dorronzoro

Los chacales

Creí que los chacales habían saciado su hambre
de venganza,
que ya nada más tenían que buscar en los despojos
que dejaron abandonados
en el infinito yermo de la desventura.
Pero no es así. Vuelven cada tanto,
husmean la sangre,
desgarran, perversamente, las heridas que jamás permitirán
que cicatricen
No cesan de aullar.
Han bebido la sangre del hombre
pero no se conforman con la muerte.
Han recibido premios, resplandores de gloria,
fueron saludados como héroes
y siempre tienen un sirviente
que debe repetir la mentira
hasta el cansancio,
hasta que se les convierta en verdad.
Pero no se conforman con la muerte, y vuelven.
Un día será el último.
Sobre los aullidos de los monstruos,
sobre las huellas de sus patas,
sobre sus mentiras y sus trampas
se levantará un viento oscuro
con la sangre y los silencios de los muertos,
con la memoria del dolor.
Sobre la escoria de los chacales
se levantará la clara presencia
de los que fueron silenciados.

Nelly Dorronzoro


(Nota publicada originalmente en Sudestada Nª 100 - julio 2011)

1 comentario:

LILÍ ROUX dijo...

Es más que sangre su conciencia

De la luna hizo la roca y del vacío dio nombre al hambre que forjaron los poderosos
De la carne que se pudre y deja desnudo el hueso abona el amor
De la muerte de lo que no puede matarse
la letra de su poema

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