por Hugo Montero
El 22 de agosto de 1972 quedaron truncas 16 historias. Lejos, en el frío de Trelew, después de la fuga
más extraordinaria del pasado argentino, de la acción unitaria más
importante de tres de las organizaciones armadas revolucionarias en
un tiempo de lucha y resistencia. Aquí nos asomamos
apenas a una de ellas, la de Rubén Pedro Bonet, el Indio.
1. La cámara recorre la
escena. Ni la distorsión de la imagen ni la fritura del audio impide percibir
a simple vista el fuerte contraste. Detrás de las palabras que eligen Rubén
Bonet –del ERP– y Mariano Pujadas –de Montoneros–, expresadas con una tranquilidad
que persigue como objetivo clarificar las ideas, sosegar los ánimos y preparar
el terreno para la entrega del grupo guerrillero que quedó a minutos de escapar
de Trelew; se olfatea la tensión extrema en el lugar. Están todos allí,
apiñados en un pequeño rincón del aeropuerto, en silencio, escuchando a los
compañeros responder las preguntas de los periodistas, respirando esos minutos
de nerviosismo acumulado pero con la satisfacción de haber revertido una fuga
frustrada en un acontecimiento político que, lejos de transmitir un perfil de
tristeza o derrota, irradia ante las cámaras de la televisión una imagen de
absoluto control de la escena. “La composición social de los diecinueve que
estamos acá tiene evidencia de ser parte del pueblo. Acá hay compañeros
obreros, trabajadores tucumanos de la zafra, campesinos, compañeros intelectuales,
compañeros obreros industriales”, apunta Rubén ante los micrófonos, después de
explicar la simbólica continuidad de la lucha de las organizaciones armadas
con la que desarrollaron a principios de siglo los peones rurales patagónicos.
Sobre el problema de la violencia como último recurso, Bonet explica ante la
prensa: “Nosotros hemos entendido que la única forma de combatir a la dictadura
militar, al capitalismo, es organizándonos y creando una fuerza militar que
derrote a la fuerza militar del enemigo… Nuestra violencia es la respuesta a
esa violencia. La respuesta a la violencia del capitalismo. Somos el
proletariado en armas”.
Elige cada palabra. Como si supiera la
importancia de cada gesto, transmite a través de una distorsionada escena una
paz singular, no hay premura en la voz del guerrillero, no hay tensión; apenas
un puñado de ideas de cara a miles de espectadores, de frente a un pequeño
grupo de compañeros que ignora el destino que los esbirros de uniforme preparan
para ellos, horas después. Por último, Bonet elige un eje que identifique a la
operación, y por eso destaca la importancia de la acción común entre las
organizaciones a través de un mensaje unitario que trasciende los hechos de
Trelew, que habla también de un proyecto colectivo, en formación, en permanente
construcción. Habla también, Rubén, de un sueño inacabado, y su voz no tiene
tiempo ahora, cuando volvemos a revisar esa secuencia, cuando escuchamos otra
vez: “En este sentido, bregamos por romper, por anular, en base a la discusión
política, en base a la discusión frente a las masas, las pequeñas diferencias
que tienen las distintas organizaciones armadas. Esto es una prueba de que en
este momento les estemos hablando compañeros del ERP, de Montoneros, de FAR, y
que coincidamos en que este hecho es nuestra voluntad. Tratar de lograr un
ejército unido, de acabar con estas siglas que nos distinguen. En ese sentido,
toda la discusión la haremos frente a las masas”.
Algo germina en la voz del guerrillero. Como
si un brote irrumpiera de su voz pausada y decidiera crecer, imposible, por
entre los rostros distorsionados del resto de los compañeros que escucha con
atención. Como si un trazo se asomara por detrás de la escena, y abrazara a
todos los presentes esa tarde de agosto, en el aeropuerto de Trelew. Un trazo
mínimo, un borrador desprolijo, un esbozo colectivo que rompe apenas el blanco del papel y
empieza a cobrar forma.
2. “…Con toda tu ingenuidad y sabiduría, vos, Hernán, me
preguntaste: ‘¿Por qué papá no se defendió si sabía usar las armas?’... Y yo
los escuchaba, y les repetía, mis hijitos, que todo lo que papá les había
enseñado, les había contado, no se lo tenían que olvidar. Que papá quería que
fueran compañeros, buenos hermanos, que compartieran sus cosas, sus chiches y
sus juegos con todos los nenes. Que papá siempre iba a estar adentro de
nuestros corazones y sus palabras en nuestras cabezas…
Pichoncitos, no habrá más caballitos en los
hombros, ni peleas como ‘hombres’, ni paseos por el zoológico, ni fuentes, ni
iglesias, ni dibujitos, y casitas de escarbadientes y cartón… Sólo recuerdos,
sólo verbos en pasado, sólo llamaremos papá y no habrá respuesta. Y lloraremos
y gritaremos en nuestra intimidad de rabia y bronca nunca acabada, y nos
faltará todo lo que nos daba papá, su beso cotidiano, su mirada firme en sus
ojos claros, su mechón siempre caído en la frente, y nos quedará todo lo que
significa hoy para nosotros y para todo el pueblo argentino, sus 30 años agujereados
por las balas, sus inmóviles brazos cruzados sobre su vigoroso pecho, sobre su
piel joven e increíblemente viva…”.
[Fragmentos de la carta de Alicia Bonet a
sus hijos, pocos meses después de confirmada la masacre.]
3. Hombres y mujeres vinculados con la lucha clandestina,
perseguidos durante años por la represión, ocultos detrás de nombres de guerra
y de “minutos” estudiados para despistar y no brindar flancos débiles,
entrenados en la técnicas del chequeo y del contrachequeo, habituados a evitar
filtrar cualquier referencia sobre sus datos personales que pudiesen
destabicar a algún compañero desprevenido, la crónica que intente ocuparse de
ellos asume siempre la compleja tarea de superar obstáculos como los citados.
Por eso muchos datos se contradicen, los recuerdos se nublan y las precisiones
se ausentan. Parecen, en todo caso, piezas dispersas de un rompecabezas que
complejizan el trabajo, que mezclan sus propias vidas con trazos de vidas
ajenas, compañeras. Así, de a retazos, asumiendo las dudas y los datos
contradictorios, acomodamos algunas piezas.
El caso de Rubén Pedro Bonet, el “Indio”, no
es una excepción a la regla natural de la militancia del PRT-ERP. Pero partamos
de algunas certezas y cotejemos juntos las objeciones. Nació el 1º de febrero
de 1942 en la localidad bonaerense de Pergamino, a unos 200 kilómetros de la
Ciudad de Buenos Aires. Hijo de una modesta familia, apenas sabemos que su
padre trabajaba como colectivero y en cuanto a sus estudios, allí comienzan
las versiones cruzadas: mientras hay quienes señalan que estudiaba Ingeniería
Química, otros apuntan que asistía a la facultad de Ciencias Económicas de la
UBA y una tercera opinión lo vincula con la carrera de escribano. Lo concreto
es que de pibe conoció de juegos en la calle, de subirse a los árboles más altos
de Pergamino y de sembrar amistades para toda la vida, como la que compartió
con quien sería, años más tarde, uno de los referentes del PRT y segundo de
Santucho en la organización, Luis Pujals.
Un documento interno del PRT destaca que el
Indio se incorporó a Palabra Obrera, el grupo trotskista conducido por Nahuel
Moreno, en 1961, mientras todavía era estudiante secundario. El frente
estudiantil fue su ámbito natural de militancia en los comienzos, pero aquí ya
lo ubicamos trabajando políticamente en la provincia de Santa Fe. El mismo
informe (titulado “Notas para la biografía política de Rubén Bonet”, publicado
por una tendencia que, tiempo más tarde, conformaría la llamada “Fracción
Roja”) señala que el primer contacto con el morenismo llegó tras un viaje a
Buenos Aires para un congreso de estudiantes secundarios. “Los delegados del
interior fueron invitados a una ‘reunión social’, [a la que] asistió creyendo
que se trataba de una reunión partidaria, pero se encontró en una casa de
Barrio Norte, con piano de cola y gente de traje”. La reacción del Indio ante
semejante escenario no se hizo esperar: “criticó políticamente y agredió
después al organizador de la reunión”, un importante militante estudiantil
vinculado a PO y después reconocido sociólogo, según se aclara. “Poco tiempo
después, el Indio se proletarizó y no volvió a militar en el frente
estudiantil; jamás abandonó, desde entonces, su actitud de desconfianza hacia
los intelectuales en general y hacia los sociólogos en particular”, concluye
el documento.
La decisión de abandonar la universidad lo
llevó a incorporarse al mundo laboral como obrero en la empresa textil Sudamtex
primero y en la alimenticia Nestlé más tarde, ya en pleno proceso de
unificación entre PO y el norteño Frente Revolucionario Indoamericano Popular
(FRIP). La experiencia de trabajo en fábrica le permitió a Rubén conocer desde
adentro “las limitaciones del morenismo en el campo sindical”, para después
admitir con ironía que Palabra Obrera había sido una “excelente escuela de
cuadros para burócratas sindicales” por su línea “entrista”, aplicada en las
filas del movimiento obrero peronista.
Alicia, su compañera desde 1965, señala que
seis meses después de conocerse, se casaron casi al mismo tiempo que su amigo
de la infancia, el Flaco Pujals y su novia, Susana Gaggero. Un año después,
nacía Hernán, su primer hijo, y en 1966, Mariana, para agrandar la familia.
“Como padre tenía valores morales muy rígidos y quería que sus hijos fueran
educados como los mejores, porque pensaba que nosotros estábamos preparando el
Hombre Nuevo para la nueva sociedad”, recuerda Alicia.
Hay baches en este informe; es verdad, lo
sabemos. Faltan texturas personales, faltan respuestas cotidianas. Por ahora
nos sobran estos interrogantes que nos inquietan y que queremos compartir: ¿Qué
elementos lo fueron apartando cada vez más de Palabra Obrera y vinculando
lentamente con la impronta militante de Santucho y los suyos? ¿Compartió ese
proceso de dudas con su amigo, el Flaco Pujals? ¿Qué soñaban los dos, esas
madrugadas interminables perdidas ante el mimeógrafo, dando vueltas a la
manivela una y otra vez hasta la salida del sol, acumulando volantes con
consignas a un costado de su sueño postergado? ¿Qué significó para el Indio la
muerte lejana de ese compañero llamado Ernesto Guevara? ¿Qué cambios comenzaron
a operarse en su interior con su experiencia en fábrica? ¿Cuáles eran las
orillas de esa revolución que Rubén dibujaba cada tarde desde la otra costa,
con los compañeros, mate de por medio, charlas encendidas, proyectos
pendientes, urgencias renovadas?
4. A eso de las seis y media de la tarde, Carlos Astudillo
agarra la guitarra y espera el momento justo. El frío y el silencio atraviesan
como una filosa daga todos los pabellones, pero no es ese silencio de
cementerio del penal de todas las tarde. No, es otro silencio. Se respira ahora
un silencio de ansiedad, de nervios contenidos, de respiración agitada que se
intenta disimular pensando en otra cosa, un silencio marcado por la concentración
del combatiente que aguarda por el inicio de la batalla. Entonces, Astudillo
empieza a rasgar las cuerdas y a cantar los versos de la zamba “Luis Burela”,
la misma que cantaban los gauchos de Güemes durante las luchas por la
independencia.
Quizá nunca la interpretó así, la garganta
seca al principio, sosegada por los nervios, que va creciendo, que va ganando
empuje con un fuego que nace desde las entrañas mismas. Quizá nunca reparó en
la fuerza de esos versos que dicen: “Un mozo el clarín empina/ y al hacerlo
tiembla entero/ como si a esa carga de oro/ se la estuviera bebiendo/ ¡A la
carga mis paisanos!/ ordena el jefe salteño/ ¿Con qué armas mi comandante?,/
preguntan los guerrilleros./ Y dice don Luis Burela:/ ¡Con las que les quitaremos!...”.
En su celda, Rubén Bonet escucha, respira
profundo, acomoda la bolsa con el equipaje mínimo que pretende llevarse de
aquel presidio infernal, y asoma la cabeza por entre las rejas. En la penumbra
del pasillo, la voz de Astudillo, los versos de la “Luis Burela” retumban y
rompen en mil pedazos el silencio. Esos versos dan la señal convenida.
Se acabó la espera. La fuga comienza.
5. Con respecto al viaje del Indio a Cuba, otra vez los
registros documentales se dan de patadas. En un caso, se señala la fecha del
viaje en febrero de 1968, con una escala en París durante la cual asistió
(junto con Pujals, Santucho y el Negrito Antonio del Carmen Fernández,
entre otros) como espectador a los sucesos del Mayo Francés. En otro, se
menciona a 1969 como el año del curso de entrenamiento y a su regreso en 1970,
aunque también es probable que se hayan realizado los dos viajes con el
objetivo de adquirir formación militar en la Isla.
A su regreso, Bonet se suma a trabajar en la
regional Buenos Aires, participa del complejo debate interno que envolvió a
toda la militancia del PRT, donde se encuadra en la Tendencia Leninista, que
dirige Santucho junto a Benito Urteaga, el propio Pujals y Enrique Gorriarán,
entre otros. Al mismo tiempo organiza e integra los primeros comandos armados
del PRT, integrados por militantes y también por compañeros extra-partidarios,
y forma parte del grupo que lleva a cabo la expropiación del Banco de Escobar
en enero de 1969 y, posiblemente, también del asalto a los Laboratorios Merck.
“Para el Indio las acciones debían ser siempre educativas para los compañeros
que participaban; los reconocimientos, los ensayos, la planificación
meticulosa, el intercambio de roles, etc., todo tendía a que cada participante
de la acción asimilara el máximo de conocimientos técnicos acerca de la misma
y el máximo de experiencia práctica”, subrayan sus compañeros, para después
añadir como premisas: “Cuidar el detalle de las acciones era también para él un
principio fundamental; las acciones debían ser ‘limpias’, sin bajas nuestras y
sin bajas innecesarias de parte del enemigo”. El cuidado extremo en las medidas
de seguridad de los compañeros, la economía de esfuerzos como práctica cotidiana
que intentaba aplicar el Indio en cada acción contrastaban a menudo con las
posiciones temerarias de muchos otros compañeros siempre más atentos al impacto
de la acción que a los recaudos necesarios en materia de seguridad. Esta
posición le generó recibir no pocas críticas en las células militantes. Casi siempre,
la respuesta del Indio era la misma: “¿Cuál es nuestro objetivo? ¿Salir en los
diarios o construir un ejército para tomar el poder? ¿Educar cuadros o fabricar
mártires?”. Pese al mote de “conservatismo militar” que recibió en mitad de
alguna agitada discusión, el Indio defendió desde siempre el desarme de agentes
policiales en las calles como recurso (práctica que después el ERP
sistematizaría, incluso como ejercicio introductorio para los aspirantes al
Partido) y participó de todas las operaciones de relevancia en la provincia.
Algunas de ellas fueron el atentado contra la guardia de seguridad del
dirigente sindical Coria, la “captura” de arsenal a un grupo sionista y la toma
de la subcomisaría de Florida (en la que también formó parte Jorge Ulla, Cachito,
otro de los compañeros caídos en Trelew) en condiciones operativas para nada
óptimas (“sin casa operativa, con una pistola 45, un 38 corto y una 7,65 sin
balas”, según se apunta), que culminó con la expropiación de armas, documentos
de identidad, y hasta con el plus de una arenga propagandizando la línea del
ERP ante los prisioneros de la dependencia policial, espectadores privilegiados
de la rápida y efectiva acción de los guerrilleros.
A mediados de julio de 1970, Bonet se dedica
de lleno a la organización del V Congreso del PRT, que se desarrollaría en las
Islas Lechiguanas, en el rancho de un viejo anarquista en pleno corazón del Río
Paraná. Delegado en esas jornadas, el Indio asumirá un papel protagónico en la
reunión: “Me impresionó la seguridad y la certeza de sus intervenciones en el
Congreso. En Buenos Aires, el Partido había quedado debilitado por la deserción
de algunos cuadros de dirección. El neomorenismo, cuyos elementos terminamos
de depurar en el V Congreso, hizo que sobre él y sobre Luis Pujals recayera el
peso de la construcción de la línea y del Partido”, sintetiza Jorge Luis
Marcos, el Colorado, sobre el rol del Indio en esa reunión que decidió,
entre otros puntos, la creación del ERP y la continuidad del vínculo entre la organización
y la IV Internacional trotskista, posición defendida apasionadamente por Bonet
y por Pujals, pero resistida por una porción importante de los congresales
después de un debate extensísimo que llegó a poner en riesgo la vocación
unitaria y la convicción combativa que se respiró durante todo el
Congreso.
Elegido miembro del Comité Ejecutivo durante
el Congreso, Rubén sería separado de ese organismo en enero de 1971, a propuesta de
Santucho, en un contexto de mayor distanciamiento entre el PRT y la IV
Internacional. En referencia a su alejamiento, luego de la masacre de Trelew
se publican en Estrella Roja unas breves líneas explicando la decisión:
“En la cárcel meditó largamente sobre algunos rasgos deficientes de su vieja
formación política y envió a la organización una extensa autocrítica dando así
muestras de una auténtica humildad proletaria y revolucionaria. Después de
este proceso, en sus últimos meses en la prisión, se lo notaba más firme que
nunca, un revolucionario ya pleno y maduro, un auténtico dirigente”.
Por lo poco que sabemos, la caída del Indio
se produce el 19 de abril de 1971, mientras acompaña a una nueva célula de
compañeros en su primera acción callejera, cuando suben en un auto marcado por
la policía. Sin embargo, el combate militante persistiría detrás de las rejas
de todas las comisarías por las cuales desfiló desde entonces, pasando por el
penal de Devoto hasta recalar, finalmente, en la inexpugnable fortaleza de
Trelew. De allí, se jactaban los militares, nadie podría escapar jamás.
6. En la pared de su celda, la luz de todos los días la
aportan las fotos de Hernán y de Mariana. Ahí están sus sonrisas congeladas, al
lado del bigote de Carlitos Chaplin, ahí nomás, justo arriba de la cama donde
espera el guerrillero. Ahí nomás, cerquita, un par de dibujos de los chicos
pegados con cinta adhesiva sobre las húmedas paredes. En uno de esos retratos
infantiles, un sujeto de nombre Rubén despliega sus brazos como raíces sobre el
papel, y un sombrero de payaso parece a punto de caerse de su cabeza,
coloreada con crayones. Sonríe el esbelto sujeto dibujado contra la pared gris
de la celda.
Esos dibujos son la ventana abierta del
guerrillero. El aire fresco del amanecer sobre la estación de tren, el murmullo
de la lluvia pegando contra los techos de chapa en el barrio, el mugido de las
vacas a un costado de la ruta, las risitas de los nenes jugando a la pelota por
la tarde, los bostezos cuando recién se despiertan y no tienen ganas de
respetar el sueño de nadie en la casa, el café con leche compartido, los
abrazos a la entrada de la escuela, el cuento reclamado todas las noches y
leído en voz baja a los pies de la cama, el rumor nocturno de sus ronquidos
mínimos, abrigados por las frazadas y por los miedos de siempre, por la
incertidumbre de no saber cuántas noches como ésta, por la certeza de estar
luchando por un país mejor para ellos, en la alegría de poder compartir estas
semillas de futuro con tantos otros compañeros...
Los dibujos son la ventana del guerrillero,
que fuma en el catre mientras espera la hora señalada. En un par de horas
apenas, se levantará, tomará con cuidado aquel tesoro pegado con cinta adhesiva
sobre las paredes grises, y lo guardará con mil recaudos en una bolsa.
Entonces, sin saberlo, saltará él mismo al papel en blanco, será por fin, por una vez, ese hombre de crayón gastado sobre un césped verde interminable, mezclará sus brazos de raíces con la sombra de un árbol lleno de moras que lo espera a un costado de la hoja; se perderá mirando el cielo azul de témperas, sin nubes, que recubre el techo del dibujo. Y saldrá a caminar con sus pies de garabato en busca de las manos de sus hijos, esas manos dibujantes que ensayan ahora, otra vez, la figura flaca y desgarbada de ese guerrillero de nombre Rubén, sonriendo en el blanco de una hoja amarilla de humedad en los bordes, pegada con una cinta adhesiva sobre las paredes grises del guerrillero, que fuma y espera.
Entonces, sin saberlo, saltará él mismo al papel en blanco, será por fin, por una vez, ese hombre de crayón gastado sobre un césped verde interminable, mezclará sus brazos de raíces con la sombra de un árbol lleno de moras que lo espera a un costado de la hoja; se perderá mirando el cielo azul de témperas, sin nubes, que recubre el techo del dibujo. Y saldrá a caminar con sus pies de garabato en busca de las manos de sus hijos, esas manos dibujantes que ensayan ahora, otra vez, la figura flaca y desgarbada de ese guerrillero de nombre Rubén, sonriendo en el blanco de una hoja amarilla de humedad en los bordes, pegada con una cinta adhesiva sobre las paredes grises del guerrillero, que fuma y espera.
1 comentario:
Excelente Hugo!!! La releí y me gustó mas! Saludos y GLORIA A LOS HEROES DE TRELEW.
Chaco
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