El 18 de septiembre de 2006 no había, como no hay tampoco ahora, dictadura. Sin embargo, ese día Jorge Julio López desapareció por segunda vez. La primera había sido el 27 de octubre de 1976. Pero volvió. Después de casi tres años de torturas, miedo, dolor, incertidumbre, frío, hambre; casi tres años con el aliento agrio de la muerte en la nuca. Los militares seguían en el poder, pero volvió a casa.
Durante esos años que pasó en centros clandestinos y cárceles, López escuchó y vio cómo torturaban y mataban a muchas personas. Grabó en su memoria las imágenes que pudo capturar a través de las vendas que le cubrían los ojos, y guardó para siempre las voces de los asesinos. No quería olvidar; no podía permitir que el dolor le anulara los recuerdos. Necesitaba contar y denunciar lo que había pasado, y entonces lo escribió y dibujó con el trazo tembloroso de su mano áspera de trabajo y ataduras.
Hojas y hojas aprovechadas al máximo, de borde a borde, como si no hubiera podido ni siquiera respirar mientras describía calabozos, dibujaba los rostros de los represores a los que logró divisar, enumeraba uno tras otro a los compañeros que estuvieron con él y no sobrevivieron. “Yo de la celda sentía el olor a pólvora y sangre”, dice López en esos papeles que atesoró hasta que un día se los entregó por fin a su amigo Jorge Pastor Asuaje.
El 18 de septiembre de 2006 volvió a desaparecer. Pero ahora sus recuerdos están reproducidos en un libro, Jorge Julio López. Memoria escrita (editorial Marea), compilado por Jorge Caterbetti con una intención clara que él mismo explica: “estos escritos de López no apelan para nada al odio o el resentimiento. Es alguien que escribe con el deber de dejar explicitado el dolor y la crudeza de los tiempos que se vivieron. Entonces nos pareció que era el momento de hacerlos públicos, de compartirlos, porque si hay algo que no debemos hacer es que decaiga la lucha por la aparición con vida de Jorge Julio López”.
(La nota completa se podrá leer en sudestada mayo 2012)
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