La rebelión libia y “la paz” de los colonialistas

por Guillermo Almeyra*

La rebelión general que está transformando a los países árabes tiene, en cada país, formas y componentes diferentes, que responden a las diferentes historias religiosas y sociales y a las diversas tradiciones y estructuras sociales. Túnez, desde siempre mucho más homogéneo e influenciado por las tradiciones políticas del colonialista francés no es lo mismo que el poblado y desarrollado Egipto.
En Yemen la lucha entre las tribus y la división entre el Norte y el Sur (ocupado militarmente por la dictadura de Sanaa) introduce factores que no existen, por ejemplo, en Marruecos; país donde, como en Argelia, las divisiones entre árabes y bereberes acompañan la lucha popular por los derechos democráticos y por un Estado de derecho. Por no hablar de los países del Golfo, donde la rebelión democrática de los trabajadores extranjeros se une también con la oposición de los chiítas a los despóticos y riquísimos príncipes sunnitas; o de Siria, donde se entremezclan las luchas religiosas islámicas (los minoritarios alauitas contra la mayoría sunnita) con las tensiones entre los diversos clanes políticos existente en el partido gobernante, ya que no hay que olvidar que Hafez, el padre de Bachir al Assad, instauró su dinastía dando un golpe de Estado en 1970 contra la izquierda de su partido –el Baas–, que había promovido la unión entre Siria y el Egipto de Nasser.

Libia era la colonia europea más atrasada y los italianos la gobernaban con la horca y deportaciones más la corrupción de los líderes tribales. Actualmente, existen 850 tribus pero sólo siete son importantes. Kadafi se apoya en la suya (la Gadhafa) y en otra pequeña aliada, y tiene en contra las mayores tribus, los comerciantes y exportadores, la secta Senoussi en la Cirenaica –que siempre dominó Benghazi–, los nacionalistas de izquierda que reprimió y marginó, grupos importantes de militares furiosos porque  el gobierno se apoyaba sobre todo en mercenarios africanos y sectores democráticos. Los obreros prácticamente no cuentan, pues en su inmensa mayoría son extranjeros y carecen de todos los derechos. Aunque Kadafi, como todos los déspotas, desvió al extranjero gran parte de las enormes ganancias petroleras, también derramó grandes sumas sobre todo en Trípoli y la Tripolitania. De ahí que, como dijo su hijo Saif al comienzo de la rebelión, “Libia no es Túnez: aquí habrá guerra civil” porque Kadafi tiene el apoyo de una parte minoritaria pero numerosa de la población (y su tribu, sobre todo, y el ejército, armado hasta hace poco por Nicolás Sarkozy) y porque el principal empleador es el Estado clientelista.

Sólo el gobierno de Israel y los despistados de siempre de una izquierda ma non troppo, habituados a adorar gobiernos que antes bautizan como “progresistas” pueden lamentar la rebelión democrática de las masas árabes que han eliminado a los Ben Ali y Mubarak, obligado al sultán marroquí a hacer concesiones constitucionales, colocado en la cuerda floja a las dictaduras de Yemen y Siria y dado un golpe de muerte al régimen de Kadafi. Éste  era un enemigo de la causa palestina, un socio de los imperialistas europeos, un factor de estabilidad para los colonialistas y racistas antiárabes israelíes. Kadafi mismo creó las condiciones para la intervención colonialista de la OTAN y es culpable del vacío político que permitió juntar en un solo haz a un montón heterogéneo de agentes del imperialismo inglés, francés o estadounidense capaces de aceptar el bombardeo de la OTAN a su propio pueblo; a líderes fundamentalistas maniobrables, ex kadafistas oportunistas que saltan a última hora al bando triunfante para conservar sus privilegios más un puñado de nacionalistas antiimperialistas y demócratas. Los imperialistas no habrían podido jamás lograr el apoyo de más de media población libia si Kadafi no fuese odiado por ella.  

Francia, Italia y el Reino Unido se apoderarán ahora del petróleo libio que había dejado de fluir y elevará, por consiguiente, el precio del combustible para esos países y, para lograrlo, maniobrarán sus piezas en el gobierno de Benghazi entrando en conflictos sordos con Estados Unidos. La principal fuerza de este colonialismo europeo-estadounidense es la heterogeneidad del Consejo Nacional de Transición (CNT) y la despolitización y falta de dirección y proyectos revolucionarios democráticos en el sector más avanzado, así como la total ausencia de instituciones estatales mediadoras y legalizadoras de la transición debido a la concentración del poder en manos de Kadafi y de sus hijos y presuntos herederos. De modo que la caída de Kadafi, dada la imposibilidad actual de los colonialistas de enviar tropas y de poner gobernadores propios, llevará a una guerra por bandas entre los agentes de las diversas potencias, los diferentes grupos presentes en el CNT y las tribus (que controlan diferentes unidades militares). Se cruzarán las vendettas y será difícil formar un gobierno que convoque a elecciones parlamentarias dada la carencia de partidos y de vida democrática.

Mientras tanto, la alianza imperialista  convertirá a Libia en una base para tratar de controlar la rebelión en los países vecinos y para impulsar la baja de los precios del petróleo, aliviando la factura energética de sus industrias en crisis. Todos los que se proclaman antiimperialistas deberían concentrarse ahora en exigir la absoluta independencia libia, en impedir el desembarco militar o político de la OTAN en Libia, en expulsar de Libia a los representantes de ésta y en exigir que la democratización del país la hagan sus ciudadanos mediante una Asamblea Constituyente donde determinen el carácter del futuro régimen y quién será dueño de los recursos naturales del país en vez de defender a Kadafi que, como Saddam Hussein, fue utilizado como agente y después descartado por sus socios.

* Periodista de La Jornada de México


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